Como sabemos el mundo que vivimos hoy requiere de la complementariedad. El reto es la integración, no se trata de un  estilo puramente masculino y otro puramente femenino.

El pensamiento racional, lo abstracto, categórico, penetrativo, lo público, y la orientación al logro durante décadas perteneció al mundo masculino. Lo receptivo, intuitivo, intimo, afectivo y privado era patrimonio de las mujeres. Hoy está claro que estas cualidades no son de las mujeres o los hombres, son dimensiones de lo humano, más desarrolladas en uno u otro género.

El desafío es la combinación, llegar a un equilibrio. A veces necesitamos estar más conectadas con las relaciones y los afectos y en otras con la eficiencia, lo activo y lo público y estos no son excluyentes. Y lo mismo les pasa a los hombres.

El énfasis depende también del contexto. En la casa se requiere una mamá amorosa que acoge, contiene, y pone límites y dice NO cuando la situación lo amerita. En el ámbito laboral, es tan importante la tarea y la eficiencia como el clima, las relaciones, el contacto y la preocupación por otros. Los hombres agradecen el toque delicado y amoroso que aportamos, aunque muchas veces no lo expresen. A nosotras también nos nutre su aspecto categórico y racional cuando estamos todas enredadas e indecisas en el mundo de las emociones.

El ámbito laboral es un mundo complejo, mucho se habla de la que las mujeres nos estamos volviendo masculinas. Necesitamos volver a nuestra esencia femenina incorporando las dimensiones masculinas. No sólo es necesario lograr un equilibrio en las organizaciones, también es preciso que esa mezcla en cada hombre y cada mujer. Podemos nutrirnos e incorporar del otro. Las mujeres humanizamos y matizamos con nuestra sensibilidad y capacidad empática, los hombres nos animan a tomar decisiones, a ser más tajante, a trabajar con determinismo, centrándonos en la meta. Se trata de sumar elementos y habilidades masculinas  y femeninas no de restar u optar por un estilo u otro.