Cómo manejar el consumo de alcohol de nuestros hijos

Cómo manejar el consumo de alcohol de nuestros hijos


Cada vez son más los jóvenes que consumen alcohol en exceso, generalmente en fiestas o en algún tipo de convivencia social. El problema con el alcohol se ha ido propagando a nivel mundial y las edades de inicio de consumo han ido disminuyendo. 


El alcoholismo en los adolescentes es utilizado principalmente para pertenecer al grupo, sentirse bien, tener más personalidad y “dejar de lado los problemas”. También como vía para favorecer estados emocionales como la euforia o la alegría. O como medio para desinhibirse y sentirse más confiado, lo que favorece a su vez la realización de conductas de riesgo que no se efectuarían de otro modo: mezcla de sustancias, iniciación sexual, relaciones sexuales de riesgo y promiscuidad sexual.

La tasa de muerte es muy alta, también los accidentes de auto; esto es debido al exceso de alcohol. También son frecuentes los problemas hepáticos en jóvenes o adultos que comenzaron a beber a edades muy tempranas. 

Ante esto, los padres pueden reaccionar con total indiferencia, negación de la realidad o preocupación, conducta ésta última que es la esperable de un adulto que tiene a su cargo la formación de un joven.

En esos padres surgen una serie de preguntas como ¿a qué edad pueden empezar a beber? ¿qué hacemos si detectamos un problema? Para ellos, algunas sugerencias: 

– Necesitamos conocer a nuestros hijos y su entorno. Estar alerta y siempre mantener la comunicación, explicarles los peligros del consumo del alcohol, de forma clara y sencilla. Sin embargo, los hijos deben saber que si les pasa algo o han consumido alcohol, y nos necesitan pueden contar con nosotros. Esto no significa que aprobemos el consumo, pero en caso de necesidad estaremos ahí. Ellos y nosotros debemos tener siempre claro que somos sus padres y no sus amigos, pero existe la confianza para que puedan acudir a nosotros. No podemos tomar con nuestros hijos, y ser los “buena onda”, pero tampoco es conveniente que exista una distancia tan grande que impida la cercanía y la buena relación. 

– Hay que tener claro que los jóvenes no deben beber alcohol en la adolescencia; los estudios científicos han demostrado el daño que provoca en un cerebro en desarrollo. Con esto a la vista, debemos resolver en conciencia, entonces, cuando se les permitirá beber, explicarles las razones de una negativa, y luego, encontrar modos y situaciones en que les será permitido teniendo presente que ello debe ser cercano a sus 18 años. El esfuerzo de todo padre debe ser retardar lo más posible este paso. Y aquí vale que los padres se pregunten si permitirán el paso presionados por el medio, porque ‘todos’ lo hacen (cosa que nunca es cierta, siempre hay excepciones y más de una), o porque si no damos el permiso, cae sobre nosotros el falso temor de que nuestro hijo puede ser excluido. 

– Es importante tener los teléfonos de los amigos y sus padres. Saber a dónde van, con quién salen y qué hacen. Es necesario tener cuidado en no excedernos, hostigándolos tanto a ellos como a sus amigos, la intención no es interferir en las relaciones, sino tener información importante. 

– Tenemos que estimular el autocuidado en ellos y su grupo, potenciar la autoestima y la comunicación son elementos básicos, que se cuiden a sí mismos y a sus amigos. Ninguno del grupo puede manejar si ha tomado, eso es clave. 

– Pongamos límites, mediados por el afecto y la argumentación. No seamos ni muy rígidos, ni muy laxos. Lo primero aleja, lo segundo desorienta. Las horas de llegada de las fiestas deben ser claras. Tenemos que ir a buscar a nuestros hijos (única forma de saber en qué estado se encuentran), o hacer turnos con papás que conozcamos, estar ahí para ellos aunque nos canse. La cercanía y el cuidado son una inversión. 

– Si pensamos que nuestros hijos están consumiendo alcohol en exceso, puede ser necesario querevisemos el estado en que regresan, observemos si actúan demasiado acelerados o si por el contrario están torpes y lentos. Tenemos que conversar con ellos, pero no en el instante de ebriedad; dejar que el efecto del alcohol pase y al día siguiente hablaremos seriamente sobre las consecuencias que esta conducta les ha traído o puede traerles. 

– Es importante el ejemplo que damos, cuánto alcohol tomamos los adultos, con qué frecuencia. Nosotros somos fuente de identificación para ellos. Nuestros hijos hacen lo que ven que nosotros hacemos, no lo que le decimos que hacemos.



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